lunes, 30 de diciembre de 2013

INSTANTE POÉTICO E INSTANTE METAFÍSICO (GASTON BACHELARD)

I

La poesía es una metafísica instantánea. En un breve poema tiene que dar una visión del universo y el secreto de un alma, un ser y objetos, todo a la vez. Si ella sigue simplemente el tiempo de la vida es menos que la vida; sólo puede ser más que la vida inmovilizando la vida, viviendo a la vez la dialéctica de las alegrías y las penas. Es entonces el principio de una simultaneidad esencial en que el ser más disperso, más desunido, conquista su unidad.

Mientras que todas las demás experiencias metafísicas se preparan con interminables proemios, la poesía rehúsa los preámbulos, los principios, los métodos y las pruebas. Rechaza la duda. A lo sumo requiere un preludio de silencio. Ante todo, golpeando sobre las palabras huecas, hace callar la prosa o los trinos que dejarían en el espíritu del lector una continuidad de pensamiento o, de murmullo. Luego, después de las sonoridades vacías, produce su instante. Para, construir un instante complejo, para insertar en ese instante simultaneidades numerosas, el poeta destruye la continuidad simple del tiempo encadenado.

En todo verdadero poema pueden hallarse, pues, los elementos de un tiempo detenido, de un tiempo que no sigue la medida, de un tiempo que llamaremos vertical, para distinguirlo del tiempo común que huye horizontalmente con el agua del río, con el viento que pasa. De esto se desprende una paradoja que es preciso enunciar con claridad: mientras que el tiempo de la prosodia es horizontal, el tiempo de la poesía es vertical. La prosodia sólo organiza sonoridades sucesivas: ajusta cadencias, administra fugas y emociones, muchas veces, ¡ay! a destiempo. Al aceptar las consecuencias del instante poético, la prosodia logra llegar a la prosa, al pensamiento explicado, a los amores experimentados, a la vida social, a la vida corriente, la vida que se desliza lineal, continua. Pero todas las reglas prosódicas no son más que medios, viejos medios. El fin es la verticalidad, la profundidad o la altura; es el instante estabilizado en que las simultaneidades, al ordenarse, demuestran que el instante poético tiene una perspectiva metafísica.

El instante poético es, pues, necesariamente complejo: conmueve, prueba −invita, consuela−, es sorprendente y familiar. En su esencia el instante poético es una relación armónica de dos opuestos. En el instante apasionado del poeta siempre hay algo de razón; en el rechazo razonado, siempre queda un poco de pasión. Las antítesis sucesivas comienzan a gustarle al poeta. Pero para el arrobo, para el éxtasis, es preciso que las antítesis se reduzcan a ambivalencia. Entonces surge el instante poético... Por lo menos el instante poético es la conciencia de una ambivalencia. Pero es más, pues es una ambivalencia excitada, activa, dinámica. El instante poético obliga al ser a valorizar o a desvalorizar. En el instante poético, el ser asciende o desciende, sin aceptar el tiempo del mundo, que volvería a reducir la ambivalencia a la antítesis, lo simultáneo a lo sucesivo.

Podrá verificarse sin dificultad esa relación entre la antítesis y la ambivalencia cuando se quiere entrar en comunión con el poeta que, con toda evidencia, vive en un instante los dos polos de sus antítesis. El segundo polo no es provocado por el primero.

Los dos polos nacieron juntos. A partir de ese momento se encontrarán los verdaderos instantes poéticos de un poema en todos los puntos en que el corazón humano puede invertir las antítesis. Más intuitivamente, la ambivalencia bien trabada se revela por su carácter temporal: en lugar del tiempo viril y, valiente que se lanza hacia adelante y rompe, en lugar del tiempo suave y sometido que se lamenta y que llora, se tiene el instante andrógino. El misterio poético es una androgínia.


II

Pero, ¿sigue siendo tiempo ese pluralismo de acontecimientos contradictorios encerrados en un instante único? ¿Sigue siendo tiempo toda esta perspectiva vertical que domina el instante poético? Sí, pues las simultaneidades acumuladas son simultaneidades ordenadas. Dan una dimensión al instante por cuanto le dan un orden interno. Por eso el tiempo es un orden y no es más que eso. Y todo orden es un tiempo. El orden de las ambivalencias en el instante es pues un tiempo. Y es ese tiempo vertical lo que descubre el poeta cuando rechaza el tiempo horizontal, es decir, el devenir de los demás, el devenir de la vida, el devenir del mundo. Son pues éstos los tres órdenes de experiencias sucesivas que tienen que liberar al ser encadenado en el tiempo horizontal:

Primero: acostumbrarse a no referir el tiempo propio al tiempo de los demás − romper los cuadros sociales de la duración;

Segundo: acostumbrarse a no referir el tiempo propio al tiempo de las cosas − romper los cuadros fenomenales de la duración;

Tercero: acostumbrarse −dura prueba− a no referir el tiempo propio al tiempo de la vida, dejar de saber si late el corazón, si brota la alegría − romper los cuadros vitales de la duración.

Sólo entonces se alcanza la referencia autosincrónica en el centro de uno mismo, sin vida periférica. De pronto se borra toda superficial horizontalidad. El tiempo ya no fluye. Brota.


III

Para retener o, más bien, para volver a encontrar ese instante poético estabilizado, hay poetas, como Mallarmé, que directamente maltratan el tiempo horizontal, que invierten la sintaxis, que detienen o desvían las consecuencias del instante poético. Las prosodias complicadas ponen piedras en el arroyo para que las ondas pulvericen las imágenes fútiles, para que los remolinos destrocen los reflejos. Leyendo a Mallarmé con frecuencia se tiene la impresión de un tiempo recurrente, que aparece para finalizar instantes ya pasados. Se vive, entonces, con atraso, los instantes que ya debían haberse vivido: sensación tanto más extraña cuanto que no participa de ningún pesar, de ningún arrepentimiento, de ninguna nostalgia. Simplemente está hecha de un tiempo trabajado, que a veces sabe hacer preceder el eco a la voz y poner el rechazo en la confesión.

Otros poetas, más felices, captan naturalmente el instante estabilizado. Baudelaire ve, como los chinos, la hora en los ojos de los gatos, la hora insensible en que la pasión es tan completa que desdeña realizarse: "En el fondo de sus ojos adorables siempre veo con nitidez la hora, siempre la misma, una hora vasta, solemne, grande como el espacio, sin división en minutos, segundos, una hora inmóvil que no está marcada en los relojes...". Para los poetas que realizan de esta manera el instante con holgura, el poema no se desenvuelve, se anuda, se teje, nudo a nudo. Su drama no se efectúa. Su mal es una flor tranquila.

En equilibrio sobre la medianoche, sin esperar nada del hálito de las horas, el poeta se aligera de toda vida inútil; experimenta la ambivalencia abstracta del ser y del no ser. En las tinieblas ve mejor su propia luz. La soledad le trae el pensamiento solitario, un pensamiento que no se distrae, un pensamiento que se eleva, que se tranquiliza exaltándose con pureza.

El tiempo vertical se eleva. A veces también se hunde. Medianoche, para quien sabe leer El Cuervo ya nunca volverá a sonar horizontalmente. Suena en el alma descendiendo, descendiendo... Raras son las noches en que tengo el valor de ir hasta el fondo, hasta la duodécima campanada, hasta la duodécima herida, hasta el duodécimo recuerdo... Entonces vuelvo al tiempo chato; encadeno, me reencadeno, vuelvo junto a los vivos, a la vida. Para vivir siempre hay que traicionar a los fantasmas...

En el tiempo vertical −descendente− se escalonan las peores penas, las penas sin causalidad temporal, las penas agudas que atraviesan un corazón sin motivo, sin languidecer jamás. En el tiempo vertical -ascendente- se consolida el consuelo sin esperanza, ese extraño consuelo autóctono, sin protector. En suma, todo lo que nos desliga de la causa y de la recompensa, todo lo que niega la historia íntima y el deseo mismo, todo lo que desvaloriza al mismo tiempo el pasado y el futuro, se halla en el instante poético.

¿Quiérese el estudio de un pequeño fragmento del tiempo poético vertical? Tómese el instante poético de la nostalgia sonriente, en el momento mismo en que la noche se duerme y estabiliza las tinieblas, en que las horas apenas respiran, en que la soledad por sí sola es va un remordimiento. Los polos ambivalentes de la nostalgia sonriente, casi se tocan. La menor oscilación sustituye el lino por el otro. La nostalgia sonriente constituye, pues, una de las ambivalencias más sensibles de un corazón sensible. Pues se desarrolla con toda evidencia en un tiempo vertical, ya que ninguno de los dos elementos: sonrisa o nostalgia, es antecedente. El sentimiento es acá reversible o, mejor dicho, aquí la reversibilidad del ser se ha sentimentalizado: la sonrisa tiene nostalgias, y la nostalgia sonríe, la nostalgia consuela. Ninguno de los tiempos expresados sucesivamente es causa del otro; y esto constituye la prueba de que están mal expresados en el tiempo sucesivo, en el tiempo horizontal. Sin embargo, de uno a otro hay un devenir, un devenir que sólo puede experimentarse verticalmente, ascendiendo, con la impresión de que la nostalgia se aligera, que el alma se eleva, que el fantasma perdona. Ahora florece verdaderamente el infortunio. Un metafísico sensible hallará aquí, en la nostalgia sonriente, la belleza formal del infortunio. Comprenderá en función de la causalidad formal, el valor de desmaterialización en que se reconoce el instante poético. Una prueba más de que la causalidad formal se desenvuelve en el interior del instante, en el sentido de un tiempo vertical, mientras que la causalidad eficiente se desenvuelve, en la vida y en las cosas, horizontalmente, agrupando instantes con intensidades distintas.

Naturalmente, en la perspectiva del instante, se puede experimentar ambivalencias de mayor alcance: "Siendo niño, sentí en mi corazón dos sentimientos contradictorios: el horror a la vida y el éxtasis de la vida". Los instantes en que esos sentimientos se sienten conjuntamente, inmovilizan el tiempo, porque se experimentan juntos ligados por el interés fascinante en la vida. Sustraen al ser de la duración común. Tal ambivalencia no puede describirse en tiempos sucesivos, como un vulgar balance de las alegrías y de las penas pasajeras. Contrastes tan agudos, tan fundamentales, proceden de una metafísica inmediata. Se vive su oscilación en un solo instante, por éxtasis y caídas que hasta pueden hallarse en oposición con los sucesos. La aversión a la vida nos sobreviene en pleno gozo con la misma fatalidad que el orgullo en el infortunio. En los temperamentos cíclicos que se desenvuelven en la duración habitual, siguiendo a la luna, los estados contradictorios no ofrecen más que parodias de la ambivalencia fundamental. Sólo una psicología profundizada del instante podrá darnos los esquemas necesarios para comprender el drama poético esencial.

Por otra parte, es notable que uno de los poetas que más intensamente captaron los instantes decisivos del ser, sea el poeta de las correspondencias. La correspondencia baudelairiana no es, como a menudo se sostiene, una simple transposición que proporcionaría un código de analogías sensuales. Es una suma de un ser sensible en un instante único. Pero las simultaneidades sensibles que reúnen los perfumes, los colores y los sonidos, no hacen más que provocar simultaneidades más remotas y más profundas. En esas dos unidades de la noche y de la luz se encuentra la doble eternidad del bien y del mal. Lo que hay de "vasto" en la noche y en la claridad, por otra parte, no debe sugerirnos una visión espacial. La noche y la luz no son evocadas por su extensión, su infinito, sino por su unidad. La noche no es un espacio. Es una amenaza de eternidad. Noche y luz son instantes inmóviles, instantes negros o claros, alegres o tristes, negros y claros, tristes y alegres. Nunca el instante poético ha sido más completo que en este verso, en que puede asociarse a la vez la inmensidad del día y de la noche. Nunca se ha hecho sentir tan físicamente la ambivalencia de los sentimientos, el maniqueísmo de los principios.

En el camino de esta meditación, de pronto se llega a esta conclusión: toda moralidad es instantánea. El imperativo categórico de la moralidad no tiene nada que ver con la duración. No retiene ninguna causa sensible, no espera ninguna consecuencia. Va directamente, verticalmente en el tiempo de las formas y de las personas. El poeta es entonces el guía natural del metafísico que quiere comprender todos los poderes de enlaces instantáneos, la fuga del sacrificio, sin dejarse dividir por la grosera dualidad filosófica del sujeto y el objeto, sin dejarse detener por el dualismo del egoísmo y del deber. El poeta anima una dialéctica más sutil. Revela a la vez, en el mismo instante, la solidaridad de la forma y de la persona. Demuestra que la forma es una persona y que la persona es una forma. La poesía se convierte así en un instante de la causa formal, un instante de la potencia personal. Se desentiende entonces de lo que rompe y de lo que disuelve, de una duración que dispersa ecos. Busca el instante. No necesita más que el instante. Crea el instante. Fuera del instante no hay más que prosa y canción. Es en el tiempo vertical de un instante inmovilizado donde la poesía encuentra su dinamismo específico. Hay un dinamismo puro de la poesía pura. Es el que se desarrolla verticalmente en el tiempo de las formas y de las personas.






viernes, 27 de diciembre de 2013

HELLMAN PARDO (SELECCIÓN DE POEMAS )


Anatomía de la soledad






REFLEJOS


Sé medir la soledad del espejo
                               tinaja donde pastan todos los rostros.

Su  indolencia es el doble de mi abandono
                             y su piel de inquisidor
la mitad de vacío en cada ojo reflejado.

                       Por la curva que rebasa su encantamiento
            hila
la araña del olvido.
                            
                            Igual es su catástrofe  a la mía
                                         semejante su  resignación. 
Se medir la soledad del espejo
              basta su tiranía para reconocerme.







NIEBLA

Los Andes
                        ruido de hojas.
La cordillera
abre sus ojos de agua
vacila
teme que la niebla sea
                           un crimen más en la savia floja de los pinos.
Enjambre de pétalos tronco herido pluma deshecha hormigas al alba noche derruida piedra levantada sordo precipicio llovizna en los tapires cóndores extintos chopo de luna restos de nieve celaje indeciso.
Mientras la niebla traspasa los Andes
nuestros gemidos
                                        avanzan por la alcoba.





SOMBRA EN LOS POSTIGOS

A la orilla de mi desolación
Ciertas tardes
Una mujer de antaño
De quien sólo recuerdo el tibio vaho de su cuerpo
                                                   Aparece en la ventana.

Se queda allí
Detenida
                           Aguardando                  por mis manos.

Cuando estoy próximo
                           Cuando el temor deja de serlo
Retrocede
Difuminándose en los postigos.

Vuelvo a ser ese ropaje huérfano
Colgado
                                                En la estantería del olvido.




                                                                                                                                                                                   ANATOMÍA DE LA SOLEDAD
  GAMAR EDITORES,2013.





Hellman Pardo
Bogotá, 1978. Premio Nacional de Cuento Corto convocado por la Revista SOHO en 2009 por “Monólogo del justiciero”. Premio Nacional de Poesía Eduardo Carranza en 2010 por “Elementos del desterrado”. Con “El falso llanto del granizo” es merecedor del Premio Nacional de Poesía Casa Silva, 2011. Ese mismo año el Ministerio de Cultura le concede la Beca a la Circulación Internacional de Creadores en New York. En 2008 publica La tentación Inconclusa (Común Presencia Editores) y en 2013 Anatomía de la soledad (Gamar Editores). Pertenece al Colectivo Literario La Raíz Invertida. Actualmente dirige el taller Relata de Poesía, en la ciudad de Fusagasugá.






viernes, 13 de diciembre de 2013

JUAN FELIPE ROBLEDO (SELECCIÓN DE POEMAS)

DÍA SOÑANDO FRENTE AL MAR

Saltaba el delfín,                                                                                                                    
era carne fresca,
fresca arteria brillando bajo el sol,
lengua que espejea en el tiempo,                                
delfín sin prisa,
alegre porque sí,
y el cielo lo acompañaba,
alga de almizcle también el tiempo.





 NOS DEBEMOS AL ALBA

Traicionar las palabras,
canjear su peso, su color,
en el sucio mercado de los días
es acto que nos llena de muerte
y ceniza y vago afán.
Ha de ser castigado
con el hierro, la soledad,
el tedio y la miseria.
Nos debemos al alba,
plateros, a la dicha,
y al canto y al remo
y al ensueño trazado en la garganta
y a mañanas sin prisa
en las orillas de un mar que ya no es.
Porque al final todo es olvido
para quien al tráfago su sangre dona,
a la parla chi suona
y a conversaciones con tontos
y mercachifles,
y comete delitos en descampado
con las pequeñas,
las terribles y mansas
y arteras palabras.





ACCIÓN DE GRACIAS
                                                     A mamá
Las mujeres nos salvan
de tedio inmenso
y plateado mundo,
llenándonos de fortaleza
y, en las estancias de la infancia,
oscuras y vibrantes y plenas,
donde hay lámparas por mantas cubiertas,
hacen que detengamos el paso
y nuestro pensamiento vuela
o, mejor, se detiene y fractura
para empezar a vivir en el plexo,
la piel y las uñas.
Nos fijamos en las uñas, ¡aleluya!
y contemplamos el azul sin pausa,
el océano es nuestro alimento
–cuna del tiempo–.
Presentimos distantes lugares
donde la historia es la misma
y no hay moraleja.
En cafés y calles y plazas y teatros




APRENDIZ DE MONJE

Oye una música que estaría mejor en el fondo de un estanque
y se pregunta por qué es necesario nacer para la nada
y si las formas de las nubes serán distintas al mirarlas desde Kuala Lumpur.
Quiere decir que está solo en mitad de la noche y te bendice.

Tu corazón es un ventilador que hace volar las tiritas de papel de su ilusión,
y piensa entonces en Eurídice y el torpe Orfeo tocando la dulzaina o el contrabajo.

Habitas en esta noche, horno de mis  deseos,
pues  no has  tenido  miedo,
y no me dejaste cuando los otros lo hicieron.

Te besa en la frente  y,  como un cuidador de  medianoche,
hace que la linterna recorra el rostro atónito de las cosas
para descubrir en ellas las huellas de tu presencia,
amigo querido que  te das  a  la  mar.



NUBES

Formaron cabezas de caballos,
fueron ijares y escudos,
una piedra que nos mira desde el fondo de un pozo.

Siguieron un camino trazado mucho antes,
en una época en la que todo se decidía en un billar.

La iglesia gris que vio pasar estudiantes confusos sigue vacía,
nunca sonó la campana en ella.

El atento salmodiar de los vendedores de pizza
no ha molestado el lejano rumbo de las nubes.

Pero nuestro corazón no cede.

El curso de la eternidad se dirimió en esta oscura barraca,
y así como arriba, abajo el día es de los navegantes que el cielo respetan,
y, de vez en cuando, miran otra cosa, una lejana. 



LUNA NUEVA

UNOS muchachos extraños en la otra orilla del lago
no nadan con rapidez para volver a casa ,
el nombre del hastío  les es desconocido.

Tienen ganada esta tarde para la felicidad
Y callamos
Imaginando sus rituales secretos.




Nació en Medellín, Antioquia, en 1968. Ha sido profesor de Literatura de la Universidad Javeriana. Ha publicado antologías de la obra poética de Francisco de Quevedo, Luis de Góngora, Juan de la Cruz y del Romancero español. Con el libro |De mañana, ganó el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines en 1999 y con |La música de las horas.el Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura en 2001. 




martes, 26 de noviembre de 2013

ALEGRÍA (WILLIAM BLAKE)

Alegría

"No poseo nombre:
pero nací hace dos días."
¿Cómo te llamaré?
"Soy feliz.
Me llamo alegría."
¡Que el dulce júbilo sea contigo!


¡Bonita alegría!
Dulce alegría, de apenas dos días,
te llamo dulce alegría:
así tú sonríes,
mientras yo canto.
¡Que el dulce júbilo sea contigo
!


 
Infant Joy

'I have no name;
I am but two days old.'
What shall I call thee?
'I happy am,
Joy is my name.'
Sweet joy befall thee!

Pretty joy!
Sweet joy, but two days old.
Sweet Joy I call thee:
Thou dost smile,
I sing the while;
Sweet joy befall thee! 

martes, 12 de noviembre de 2013

Henry Alexander Gómez (selección de poemas)

Del libro Memorial del árbol (2013)

 

Hay soles que caen

Un ángel juguetea en el ramaje del árbol.

Es tan grande el abismo,
y tan silencioso el techo del mundo,
que nos abraza la pesadumbre,
y bebemos aguardiente,
                                                    y lloramos,
porque no entendemos
cómo Dios juega con sus dedos de piedra
entre las hojas del álamo.






El ángel negro de la isla de Kampa

Nadie lo vio entrar en su casa. Era una fría noche de Praga, era un poema tirado a la alacena.
Al principio, con el orgullo herido y las polillas sacudiéndole los trajes, se acostumbró a vivir con la noche colgando de su espalda.
Decidió el encierro porque los hombres sencillos mueren solos.
Con la pupila altamente dilatada, Vladimír Holan, entendió que las sombras viajan empedradas de palabras. La piedra oscura había regresado cargada de frutos.
En aquella casa había tanto ruido, tanta miga de pan en las esquinas.
Se dice que la luz de la ventana duraba encendida toda la noche, en el resplandor de la vela se diseminaba el diálogo del mundo.
La claridad no se hacía esperar. Nadie y todo había en él. La campana detenida por el lápiz, Hamlet conversando con las ruinas del espejo, la muerte escondida en las catedrales.
Pero los años no pasan en vano. En la pesada puerta crecía un caballo atado con alambres.
En el instante en que la voz del ángel deshizo los colores de las cosas, cuando la tierra de los cementerios colmó de cicatrices las estancias, pronunció estas palabras:
“Kateřina ha muerto. Hoy no ha venido nadie a preguntar. La casa ha ocultado, al fin, todos sus ruidos.”







Memorial del árbol

Nos susurra el viento su nostalgia de nieves
y el copetón tañe su silabario de alas.

Qué silencio es mi corteza,
y mis raíces
tejiendo la sangre de un sueño.

Hay en las rocas una sed de tormenta.

De mis brazos cayó la hoja
con la que un hombre descalzo
cubrió su sombra.
Se ha roto las muñecas golpeando mi silencio.
Mi inconmovible reposo le ha dejado
una herida imposible abierta al crepúsculo.

Ráfagas de orquídeas a las orillas del lago
expanden la soledad del abejorro.

Dos niños olfatean una bolsa de huesos.

Un bramido,
es una piedra que expira en el agua.








Arenga del hogar

I

Él siempre permanece anclado
a un lebrillo de granizo.
Ella ha decidido perpetuarse
sobre las arenas movedizas
                                              a orillas del sexo.

Pero también es él quien ríe más alto,
quien lleva entre la jaula una mosca de humo.

Ella sólo sobrevive
en la multiplicación de las cosas,
como la honda de una piedra
                              arrojada en aguas distintas.


II

Dejar atrás los viejos rincones,
la ropa sucia,
                          la música
                          apresada en hilos de tiniebla.

Cada acto que hacemos
es un barco hundido
                                    por la mano de un niño.

Pero todo,
                        hasta lo que no conocemos,
                        lo circunda la soledad del árbol.







EN ALGÚN lugar
el asesino se resguarda
                 y aprieta el puñal.

Su piel se descompone
en un aleteo
                       de pájaros nocturnos.

Un cuerpo sin vida
es la cicatriz de una calle,
         la oscura libertad de la noche.









CONTRA LA ventana
un pájaro
se da un golpe certero.
                  
                             Bebe la sed de su alarido.

Aquieta sus alas.

Yo me aferro a su recuerdo
        mientras olvido
        la transparencia del agua,
                       
                            como una cicatriz
                            que da vueltas por el mundo.









LA NOCHE
ha llegado, por fin,
              a su estado más sólido. 

Intentamos descifrar
                      una palabra
y sin embargo,
todo lo ha ofrendado
                           la herrumbre
de las cosas.

La escritura pende
del hilo de sangre de la tierra:

sílaba de viento,
luz aniquilada.

Ahora,
ya nada puede condenarnos.






El adiós

I

En la tarde,
las semillas del diente de león,
vulneradas por el viento,
                                         se disipan
como limadura de espejo
                                     en la memoria.

Atrás queda la página en blanco,
la mirada imposible, lo que ya no despierta.


II

Sin rumbo,
                 sin regreso,
                 en un vacío de huesos,
el crepúsculo devora los pies del caminante.





Georg Trakl en el ocaso

Un rostro púrpura se ciñe al abrazo calcinado de la noche.
El espíritu oscuro de los bosques, las sombras venenosas,
el grito moribundo de los guerreros otoñales,
cubren de opio el azulado cuerpo de espino.
Aletean los murciélagos alrededor del joven que sueña.
Se escucha un lamento crepuscular.
El niño Elis le besa la frente sangrante
y la hermana juega con alcoholes mortíferos,
deambulando entre los catres del centro hospitalario.
Qué luna más amarga,
Cuánto silencio sobrevive en el canto último del mirlo.
Tierra negra amasa una música nocturna
y se extingue un corazón huérfano de flores amarillas.
La tumba aguarda a los ángeles caídos;
un venado azul corre en delirio a la primavera.






Del libro Diabulus in musica




Johnny Cash

Enterré el puente de mi guitarra en el aire, sacudí las polillas de mi sombra y cultivé el vapor de la música sobre el heno de los días, a un lado de la carretera, donde los mundos se fecundan.





Jim Morrison

Desde lo alto de una duna dejo caer un cuenco que rasga un aire extraño que acecha mi presencia. Ancianos ángeles amasan mi saliva con arena. ¿Quién acompañará mis huellas para descifrar el verdadero rostro de la luz?

Romper el cristal. No hay noche más fría. El nombre del desierto me persigue. Las puertas se derrumban.

Con el hueso roto del coyote buscaré mis años perdidos junto a un demonio que trepa por el antiguo imperio del cielo.






John Bonham

En el grito del árbol encontrarás la semilla. Mi escritura viaja al galope del viento entre los cascos del caballo. Esta tierra se adelgaza ante el trueno del agua en el pecho de un pájaro.

He dejado al granizo sin aliento.






Pappo Napolitano

Me reconozco en el polvo del adiós, en las piedras errantes: con un hilo de viento me hice un collar de caminos.

Dejo el diapasón de mi guitarra bañado por un rumor de flores vestidas por la lluvia. Dejo mi amada Harley Davidson con la que probé el peso de la fe y la pulsación de la muerte. Hay una canción de espejos y lumbres al final de la autopista.

Nada vale más que un viejo blues cortejando las voces aromáticas del sueño.








Stevie Ray Vaughan      

Este es mi evangelio:

La soledad del universo se reduce a seis élitros de acero; pesan como el calibre de la araña en el corazón de una rosa, zumban como un crujir de huesos de pájaros salvajes.  
Mi voz es clavicordio de agua, pentagrama de fuego, el gesto de todo y de nadie.
La lluvia en el tejado afina el blues-rock de mi guitarra: tormenta de hierro, piedra pluvial que inunda el refugio donde el tiempo pliega sus doce alas.  


Mi credo es la ausencia de Dios, el bostezo del cielo.








Henry Alexander Gómez


Bogotá (1982). Estudió Licenciatura en Ciencias Sociales en la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Gestor cultural, es fundador y director del Festival de Poesía y Narrativa “Ojo en la tinta”. Segundo Premio del IX Concurso Literario Bonaventuriano de Poesía por su libro Georg Trakl en el ocaso y accésits del Concurso Nacional de Poesía “Si los leones pudieran hablar” (2008), Casa de Poesía Silva.  Sus poemas aparecen en los libros Piedras en el trópico (2011) y Raíces del viento (2011). Actualmente se desempeña como promotor de lectura y escritura en la Red Capital de Bibliotecas Públicas de Bogotá–BibloRed y hace parte del colectivo literario y del comité editorial de la Revista Latinoamericana de Poesía La Raíz Invertida (www.laraizinvertida.com).

Su libro, Memorial del árbol (2013), fue premiado en el IV Concurso Nacional de Poesía Obra Inédita. Ganador del  Premio nacional La poesía de la vida cotidiana” convocado por la Casa de Poesía Silva. También  fue primer lugar en el concurso, “XVII Premio Nacional de Poesía por Concurso "Ciro Mendía" 2013, con el libro: "Diabulus in música”